Venganza en Sevilla by Matilde Asensi

Venganza en Sevilla by Matilde Asensi

autor:Matilde Asensi [Asensi, Matilde]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 4

* * *

Llevaba Sevilla en ascuas desde que partiera de Cádiz a primeros de agosto el general don Luis Fajardo con treinta y seis navíos para esperar la flota de Nueva España en las Terceras y protegerla en su tornaviaje, la misma flota en cuyo aviso llegué yo a Sevilla a mediados del mes de junio. Las nuevas de la Armada del general Fajardo se escuchaban en la ciudad con el alma en vilo y, así, se supo que, a la altura de Lisboa, se le había unido después su hijo don Juan con otros ocho galeones y más tarde otros catorce que amarraban en Vizcaya. De las cincuenta y ocho naos, eligió treinta, las mejores y más artilladas, y puso rumbo a las Terceras; a las demás las envió hacia el Cabo San Vicente para que guardasen las costas de piratas ingleses y holandeses.

Con tanta defensa, no hizo falta que la Armada de don Luis acompañase a la flota de Nueva España hasta Sevilla, pues no había enemigos en la derrota, y decidió permanecer en las Terceras hasta la arribada de la flota de Tierra Firme al mando del general Francisco del Corral y Toledo, que portaba, según refirió el aviso llegado en julio, más de doce millones de pesos de a ocho reales en oro, plata y piedras preciosas.

Por fin, la mañana del día que se contaban ocho del mes de septiembre, Sevilla se despertó con el desenfrenado tañido de las campanas de la Iglesia Mayor a las que se unieron pronto las de Santa Ana y las del resto de iglesias de la ciudad. Los cañonazos disparados desde el Baratillo, en el Arenal, confirmaron lo que ya las gentes gritaban a voz en cuello por las calles: la flota de Nueva España subía por el Betis.

Me vestí presurosa con la ayuda de mi doncella y bajé al patio, donde los criados se habían reunido para comentar la noticia. El repique no cesaba, como tampoco las salvas de cañón, así que ordené a dos mozos que fueran al puerto para traerme nuevas.

—En cuanto atraquen las naos —le dije a Rodrigo, emocionada—, iremos al Arenal.

—No conviene —objetó—. No sea cosa que venga pasaje y digan que no te conocen de Nueva España.

—No suele venir más pasaje que algún indiano que ha hecho caudales en las selvas o en las minas, y México es tan grande que, de seguro, no todos se conocen.

—Cierto, mas deja que Juanillo pregunte.

—Que pregunte. Verás que tengo razón.

Y la tenía. En la flota al mando del general Lope Díaz de Armendáriz no venía pasaje alguno y por no venir, tampoco venía demasiada dotación pues la que llevaron de España había decidido quedarse en las Indias y mucho le había costado al general encontrar otra nueva para ejecutar el tornaviaje. Para que España no se le vaciase, la Corona imponía tantas trabas a quienes deseaban viajar al Nuevo Mundo que los más listos se enrolaban en las flotas y, una vez allí, ya no regresaban.

Al



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